sábado, 7 de abril de 2018

Citas: Viaje al pasado - Stefan Zweig

"—¡Ahí estás!
Con los brazos extendidos, casi se podría decir que abiertos de par en par, salió a su encuentro.
—¡Ahí estás! —repitió de nuevo, y su voz recorrió esa escala que asciende cada vez más luminosa desde la sorpresa hasta la absoluta felicidad, mientras miraba la figura de la amada, rodeándola de ternura—".

"Pensé en telegrafiarte, pensé en ir a tu casa, y ahora, conforme el reloj avanzaba y aún no te veía venir, la idea de que pudiéramos perdernos el uno al otro una vez más me desgarraba por dentro".

"—Sí…, ahora ya estoy aquí —sonrió ella, y sus pupilas volvieron a brillar radiantes desde el profundo azul de sus ojos—. Ahora ya estoy aquí y estoy dispuesta. ¿Nos vamos?
—¡Sí, vámonos! —repitieron inconscientes sus labios, pero el cuerpo inmóvil no se movió ni un paso, su mirada la abrazaba tiernamente una y otra vez, sin poder creerse que su presencia fuera real".

"Sobre ellos, a su derecha y a su izquierda, rechinaban las vías de la estación central de Fráncfort, el hierro y el cristal se estremecían, afilados silbidos cortaban el tumulto del hall lleno de humo, sobre veinte paneles destacaban los horarios de los trenes al minuto, mientras él, en medio de aquel torbellino de gente que pasaba a su lado en aluvión, no la veía más que a ella, como si fuese lo único que existiera, sustraído al tiempo, sustraído al espacio, en un curioso trance en el que la pasión embotaba sus sentidos".

"Sin querer, levantó la vista hacia ella para mirarla, y fue entonces cuando descubrió unos ojos cálidos, afectuosos, que esperaban confiados a los suyos".

"Y la magia que sintió en aquellos primeros minutos se convirtió en una gracia natural en las semanas y meses siguientes: con discreción y tacto, esa mujer le atraía poco a poco, sin que él la sintiese ejercer presión alguna, al círculo íntimo de la vida doméstica".

"Había amado a aquella mujer desde su primer encuentro, pero, a pesar de la irresistible pasión que dominaba sus sentimientos, filtrándose en sus sueños, le faltaba algo decisivo que conmoviera su ser: tomar conciencia de que, al margen de excusas, lo que se empeñaba en ocultarse a sí mismo bajo el nombre de admiración, respeto o afecto, hacía tiempo que se había convertido en puro amor, un amor obsesivo, desatado, ardiente".

"Confuso como un muchacho, pendía suspendido del aroma de su presencia, disfrutando cada movimiento como si fuera música, satisfecho de su confianza y con el constante temor de revelar el exacerbado sentimiento que le movía, sentimiento que todavía carecía de nombre, aunque ya hacía tiempo que se había consolidado y traspasaba con su fuego cualquier disfraz".

"Pero el amor sólo se confirma de verdad como tal cuando deja de revolverse dolorosamente en el interior de uno, oscuro como un embrión, y es nombrado con los labios y el aliento, cuando se atreve a confesar su existencia. Aunque el sentimiento se obstine en perseverar como crisálida, siempre llega el momento en que el vago capullo eclosiona de repente y se precipita con el doble de violencia desde la altura hasta lo más hondo del corazón sobresaltado".

"Y entonces, en aquel instante, atravesó de pronto por su mente, como si fuera un relámpago, un pensamiento completamente olvidado: que aceptar aquel puesto también significaba abandonar esa casa. ¡Dios mío, abandonarla a ella!".

"¿Cómo había podido pensar siquiera en separarse de ella, como si él todavía se perteneciera a sí mismo, como si no estuviera cautivo de su existencia con todas las ataduras y raíces del sentimiento?".

"Tuvo que apretar la mano contra el pecho, que le palpitaba con fuerza, aunque ya no servía de nada, ya no podía eludir por más tiempo la realidad que su instinto tímido y respetuoso había oscurecido hurtándola a la luz con todo tipo de cautelas: ya no podía vivir sin la presencia de ella".

"Por amor de Dios, ¿qué es lo que le ha ocurrido? —balbuceó, y el tono de su voz, en el que giraba el temor, no dejó de complacer al joven.
—Nada, nada —dijo forzándose a recuperar la compostura a toda prisa—, me he quedado pensando y se me ha ido el santo al cielo. Todo este asunto ha venido demasiado rápido.
—¿A qué se refiere? ¿Qué asunto? Pero ¡venga, hable usted!
—¿Es que no sabe usted nada? ¿No se lo ha comunicado el señor secretario del consejo?
—¡No sé nada de nada! —le apremió ella impaciente, casi enloquecida por su mirada huidiza, febril, inquieta—. ¿Qué ha ocurrido? ¡Venga, dígamelo!
Entonces, él tensó todos sus músculos para contemplarla con serenidad y sin ruborizarse.
—El señor secretario del consejo ha tenido la bondad de encomendarme una tarea elevada y de responsabilidad, y yo la he aceptado. Dentro de diez días parto para México… por dos años.
—¡Dos años! ¡Por amor de Dios! —dijo con un terror que le salía de dentro, ardiente, como un tiro, más un grito que una palabra.
Y, sin darse cuenta, se cubrió con las manos.
Fue inútil que al instante siguiente se esforzara en negar el sentimiento que había exteriorizado; antes de que se diera cuenta de cómo había sucedido, él ya tenía sus manos, crispadas por un miedo cerval, entre las suyas, sus trémulos cuerpos estallaron en llamas y con un interminable beso bebieron hasta saciar la sed y el deseo inconfesado de incontables días y horas".

"Ni él la había atraído a sí, ni ella a él; habían ido uno al otro, como arrebatados por una tempestad, uno con otro, uno en otro, precipitándose inconscientes en un abismo insondable, sintiendo al hacerlo una dulce y ardiente impotencia… Aquel sentimiento tanto tiempo contenido se descargó en un solo segundo, inducido por el imán de la casualidad. Y muy lentamente, sólo cuando las grapas que aseguraban sus labios se soltaron, dudando todavía si aquello era verdad, la miró a los ojos, iluminados con una luz extraña en la tierna oscuridad".

"Como animales, calientes y ávidos, caían uno sobre otro cuando se encontraban en un pasillo oscuro, detrás de una puerta, en un rincón, entre dos minutos robados; la mano quería sentir a la mano, el labio al labio, la sangre inquieta sentir a su hermana, todo buscaba febrilmente a todo, cada nervio ardía por gozar la sensualidad de un pie, de una mano, de un vestido, de cualquier parte viva de sus cuerpos anhelantes".

"Así volvieron a estar uno frente a otro sin intercambiar señas ni palabras; sólo sus miradas se besaban".

"Así le sucedió también a ese joven apasionado, antes de que él mismo se diera cuenta, cuando durante semanas, meses y, al final, un año y luego otro más no le llegó ni una sola noticia de ella, ni siquiera unas palabras escritas; su amada no volvió a dar señales de vida, entonces su imagen comenzó a oscurecerse poco a poco hasta caer en un crepúsculo".

"Y de su pasado, de aquel encendido ardor de su juventud que había consumido sus noches y sus días haciéndole sufrir, ya sólo quedaba un luminoso resplandor, la luz de una amistad serena, cordial, sin exigencias ni riesgos".

"Mientras hablaba, él iba escuchando sus razonamientos, pero en cuanto se calló, viéndola reflexionar arrobada, al bajar pensativa los párpados que hicieron invisibles sus ojos, una pregunta se deslizó rápida como una sombra de pies ligeros a través de él: «¿No son ésos los labios que besaba?».
Y cuando lo dejó solo en la habitación un instante para atender una llamada de teléfono, el pasado surgió espontáneamente de todas partes, oprimiéndolo".

"—Quédate a comer, Ludwig —dijo con alegre naturalidad.
Y el se quedó, se quedó el día entero a su lado, y juntos volvieron la vista atrás, hablando de los años pasados, que sólo entonces, al contarlos aquí, le parecieron verdaderamente reales. Y cuando por fin se despidió besando su mano dulce, maternal, y la puerta se cerró detrás de él, tuvo la impresión de que jamás se había marchado".

"Cuando uno se hace mayor, busca su propia juventud y se alegra tontamente al revivir pequeños recuerdos".

"—(...) ¡Déjame a mí ese pequeño privilegio! ¡Y qué olvido por mi parte no haberte acompañado inmediatamente a tu habitación! Porque es así, sigue siendo tu habitación. No encontrarás nada cambiado: en esta casa no cambia nada.
—Espero que tú tampoco —dijo él intentando bromear, pero al ver la mirada de ella, la suya se volvió sin querer tierna y cálida. Ella se sonrojaba con facilidad.
—Uno envejece, pero sigue siendo el mismo".

"—¿No es cierto que todo está exactamente igual que antes? —empezó a decir con la firme voluntad de hablar de algo indiferente, ingenuo (aunque su voz temblase como si estuviera empañada), pero él no recogió el complaciente tono de la conversación, al contrario, apretó los dientes.
—¡Todo es como antes salvo nosotros, nosotros no!
Al oír aquello fue como si le soltaran un mordisco. Se dio la vuelta asustada.
—¿Cómo dices eso, Ludwig?
Pero ella no encontró su mirada, pues sus ojos no recogían ya los suyos, sino que miraban absortos, mudos y ardientes a la vez, a sus labios, a los labios que no había tocado desde hacía años y años y que, sin embargo, en otro tiempo ardían sobre su carne, esos labios que había sentido retraídos y húmedos como una fruta".

"—Deja eso, Ludwig… Eso son cosas antiguas, no las toquemos. ¿Dónde han quedado esos tiempos?
—Esos tiempos han quedado dentro de nosotros —respondió firmemente—, en nuestra voluntad. He esperado nueve años mordiéndome los labios. Pero no he olvidado nada".

"—¿Y quieres…? —tuvo que tomar aliento para que la frase no desfalleciera —, ¿quieres consumarlo?
El rubor saltó de nuevo a su rostro flotando hasta la raíz de sus cabellos.
Ella se acercó a él para apaciguarlo:
—¡Ludwig, recapacita! Decías que no has olvidado nada, pero no olvides que ya casi soy una anciana. Con el cabello gris uno ya no puede pedir nada más, porque tampoco tiene nada que dar. Te lo suplico, lo pasado pasado está, déjalo así".

"—Estás evitándome —dijo apremiándola—, pero he esperado demasiado tiempo; te pregunto: ¿te acuerdas de tu promesa?
La voz de ella temblaba a cada palabra.
—¿Por qué me lo preguntas si ya no tiene ningún sentido lo que te diga ahora que es demasiado tarde? Pero ya que me lo pides, te responderé. Jamás habría podido negarte nada, siempre te he pertenecido, desde el día en que te conocí".

"—Deberíamos llegar enseguida —comentó ella como si lo dijera para sí misma.
—Sí —suspiró él profundamente—, ya está durando mucho.
Ni él mismo sabía si estas palabras lanzadas al aire con ansiedad se referían al viaje o a los largos años que habían pasado hasta llegar a este punto, a esta hora: una total confusión entre sueño y realidad atravesaba sus sentimientos".

"—¡Qué locura! —balbució sorprendido sintiendo vértigo—. ¡Qué locura! ¿Qué quieren? ¿Otra guerra, otra guerra?
¿Otra guerra como la que había hecho pedazos su vida entera?".

"Sólo quería marcharse, estar a solas con ella, con ella únicamente, cubierto por una bóveda de oscuridad, por un tejado, sentir su aliento por primera vez en diez años sin ser vigilado, mirar sus ojos sin ser molestado, disfrutar hasta el final de ese encuentro a solas que se había prometido en incontables sueños y que había estado a punto de llevarse consigo esa ola humana que giraba en remolino, atropellándose una y otra vez entre gritos y pasos".

"—¿Te acuerdas? Era un domingo —dijo sin querer en voz alta y ella, que evidentemente daba vueltas en su interior al mismo recuerdo, respondió en voz baja:
—No he olvidado nada de lo que hice contigo".

"En el viejo parque gélido y
nevado,
dos sombras buscan su
pasado".

"¿Acaso no eran ellos mismos esas sombras que buscaban su pasado dirigiendo absurdas preguntas a un entonces que ya no era real? Sombras, sombras que querían convertirse en algo vivo y que no lo lograban".




Stefan Zweig

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