jueves, 26 de abril de 2018

Citas: Al sur de la frontera, al oeste del sol - Haruki Murakami


"Nací el 4 de enero de 1951. Es decir: la primera semana del primer mes del primer año de la segunda mitad del siglo XX".

"No sólo no manifestaba su disgusto con palabras, sino que tampoco lo dejaba traslucir en su expresión. 
Aunque algo le desagradara, sonreía siempre; cuanto más le desagradaba, más sonreía. Y la suya era una sonrisa maravillosa. A mí a veces me confortaba, a veces me alentaba".

"Entrecerraba los ojos, incluso contenía el aliento. Yo siempre contemplaba ese ritual sentado en el sofá. Cuando el disco se 
encontraba de nuevo en el estante, Shimamoto se volvía hacia mí y me dedicaba una pequeña 
sonrisa. Y yo cada vez pensaba lo mismo. Que no era un simple disco lo que Shimamoto tenía entre las manos, sino un frasco de cristal que encerraba una frágil alma humana".

"Así que yo siempre estaba en mi habitación pegado a una pequeña radio AM de plástico escuchando música. Rock and roll y cosas así. Sin embargo, no tardó en gustarme también la música clásica ligera que oía en casa de Shimamoto. Aquellas melodías me hablaban de «otro mundo», y lo que me atraía de aquel «otro mundo» era, quizá, que Shimamoto pertenecía a él".

"Yo conocía un mundo que los demás ignoraban. Sólo a mí me estaba permitido el acceso a un jardín secreto".

"Para expresarme con propiedad hubiera necesitado un lenguaje muy distinto, desconocido. Y ni siquiera sabía si lo que sentía era digno de ser expresado con palabras".

"Yo, claro está, no entendía ni una palabra de la canción en inglés. A mis oídos sonaba como un conjuro.
Pero a nosotros nos gustaba y, como la habíamos escuchado tantas veces, nos habíamos aprendido de memoria los primeros versos. Pretend you’re happy when you’re blue It isn’t very hard to do.
Ahora sí entiendo lo que significa. «Cuando estés triste, finge que eres feliz. No es tan difícil»: igual que la sonrisa que ella esbozaba siempre. Ésa es, desde luego, una manera de ver las cosas. Pero a veces cuesta".

"Ella se me quedó mirando fijamente.
En su expresión había algo que atraía a los demás. Algo lleno de sensualidad, como si —esto, por supuesto, lo pensé más tarde— fuera pelando con dulzura, capa a capa, el corazón de las personas. Aún hoy recuerdo muy bien el sutil movimiento en el dibujo de sus finos labios que acompañaba a sus cambios de expresión y la tenue luz que se le encendía y apagaba chispeante en el fondo de las pupilas. Esa luz me recordaba la llama de una pequeña vela temblando en un rincón de una habitación oscura, larga y estrecha".

"—Me parece que te entiendo, más o menos —comentó con un tono maduro tranquilo.
—Ah, ¿sí?
—Sí —dijo Shimamoto—. En este mundo hay cosas que son recuperables y otras que no. Y el paso del tiempo es algo definitivo. Una vez has llegado hasta aquí, ya no puedes retroceder. ¿No crees?".

"—Yo, ¿sabes?, a veces imagino cosas —añadió por fin—. Pienso en cuando sea mayor y me case. En qué casa viviré, qué cosas haré. También pienso en cuántos hijos quiero tener.
—¡Caramba! —exclamé.
—¿Tú no lo piensas?
Hice un gesto negativo con la cabeza. A un niño de doce años no se le ocurren esas cosas".

"No cabía duda de que era una niña precoz y de que se sentía atraída por mí como representante del sexo opuesto. Y yo, por mi parte, también me sentía atraído por ella, pero no sabía qué hacer con mis sentimientos".

"Me tomó de la mano una sola vez. Fue un día que me llevaba a algún sitio, y el gesto decía: «Rápido, es por aquí». Nuestras manos permanecieron unidas como mucho diez segundos, pero a mí me parecieron treinta minutos. Y cuando me soltó, deseé que el contacto no se hubiera interrumpido. Yo lo sabía, sabía que ella me había tomado la mano de una manera espontánea, pero que, en realidad, lo había hecho porque deseaba hacerlo. Aún hoy recuerdo el tacto de su mano aquel día. Es un tacto diferente a cualquier otro que haya experimentado después. Era simplemente la  mano pequeña y cálida de una niña de doce años. Pero en aquellos cinco dedos y en aquella palma se concentraban, como en un catálogo, todas las cosas que yo quería saber, todas las cosas que tenía que saber. Y ella, al tomarme de la mano, me las enseñó. 
Me enseñó que en el mundo real existía un lugar como aquél".

"Al regresar a casa, me senté ante la mesa de mi habitación y mantuve largo rato los ojos clavados en la mano que Shimamoto había sostenido. Me sentía lleno de felicidad.
Aquel dulce tacto me caldeó el corazón durante muchos días. Pero, al mismo tiempo, me turbó, me confundió, me angustió. ¿Qué diablos tenía que hacer con aquella felicidad? ¿Hacia dónde debía conducirla?".

"Ambos éramos seres incompletos, sentíamos que algo nuevo y todavía por aprender aparecería delante de nosotros para llenar nuestro vacío. Estábamos de pie ante una puerta cerrada, desconocida. Bajo una luz mortecina, los dos juntos, con las manos estrechamente unidas durante diez segundos".

"En el instituto me convertí en un adolescente normal y corriente. 
Ésa fue la segunda etapa de mi vida: convertirme en un ser humano como cualquier otro".

"Claro que si una persona observadora me hubiera estudiado con atención, se habría dado cuenta enseguida de que tenía mis problemas. Pero ¿existen en este mundo chicos de dieciséis años que no los tengan? En este sentido, puede decirse que conforme me había ido acercando al mundo, el mundo se había ido acercando a mí".

"Leía mucho, escuchaba música. La lectura y la música me habían gustado siempre, pero la amistad con Shimamoto había estimulado y pulido las dos aficiones. Me acostumbré a ir a la biblioteca y a leer cuanto caía en mis manos. 
Cada vez que empezaba un libro, no podía dejarlo. Era como una droga. Leía durante las comidas, en el tren, en la cama hasta el amanecer, leía a escondidas durante las clases".

"Y empecé a salir con una chica.
No era demasiado guapa. Para entendernos, no se trataba del tipo de chica de la que, cuando tu madre ve el álbum de la escuela, dice con un suspiro: 
«¡Qué chica tan mona! ¿Cómo se llama?». Pero a mí me gustó desde la primera vez que la vi".

"Desde que dejé de ver a Shimamoto, era la primera vez que una chica me prestaba tanta atención. Al mismo tiempo, yo también quería saberlo todo sobre ella. Cualquier detalle insignificante. Qué comía. Cómo era su habitación. Qué se veía desde su ventana".

"A la tercera cita, la besé. Aquel día, ella había venido a casa. Mi madre dijo que se iba de compras y se marchó. Nos quedamos solos. Cuando me acerqué y puse mis labios sobre los suyos, ella cerró los ojos en silencio".

"Sin abrir la boca, me puse los zapatos y salí a la calle. Estuve más de dos horas dando vueltas por el barrio. Era una sensación extraña. Ya no estaba solo, pero, al mismo tiempo, me sentía más solo que nunca".

"La puerta que conducía al mundo que existía antes se había cerrado ya a mis espaldas. Y yo tenía que hallar mi espacio y desenvolverme en aquel nuevo mundo que me rodeaba".

"Fue en el pasillo, cuando cambiábamos de aula. Se volvió hacia mí, me dirigió una breve sonrisa y yo se la devolví. Eso fue todo. Sin embargo, en aquella sonrisa hallé la confirmación de los acontecimientos del día anterior. «¡Tranquilo! ¡Lo de ayer fue real!», parecía decirme su sonrisa. En el tren, de vuelta a casa, descubrí que mi desconcierto casi se había desvanecido por completo. Yo la quería, y ese sentimiento era mucho más sano, mucho más fuerte, que las dudas y vacilaciones de la víspera".

"Lo que yo deseaba estaba muy claro. Desnudarla. Quitarle la ropa. Y tener relaciones sexuales con ella. Pero para llegar a eso debía hacer un largo recorrido. Las cosas van siguiendo su curso mediante la superposición escalonada de imágenes concretas, una tras otra. Para llegar al sexo, se tiene que empezar por bajar la cremallera del vestido. Y entre el sexo y la cremallera existe un  proceso a lo largo del cual quizá sean necesarias veinte o treinta pequeñas decisiones y juicios".

"Lo que me dispuse a hacer en primer lugar fue conseguir unos preservativos. Aún faltaba mucho tiempo para llegar al momento en que pudiera necesitarlos, pero pensé que valía la pena estar preparado. Porque… ¡vete a saber cuándo surgiría la necesidad!".

"La escuela se hallaba en lo alto de una colina y, desde la azotea, se divisaba una panorámica de la ciudad y del puerto. En cierta ocasión cogimos diez discos viejos de la sala del club de radiodifusión y los tiramos desde allí arriba. 
Volaron describiendo una hermosa parábola. Cabalgando sobre el viento, como si hubieran cobrado vida por unos instantes, se dirigieron volando alegremente hacia el puerto".

"Alcé la mirada hacia el cielo. Un milano describía despacio un bello círculo.
«Ser pájaro», imaginé, «debe de ser fantástico. A ellos les basta con volar. Al menos, no tienen que preocuparse por la anticoncepción.»".

"—¿Tú me quieres de verdad? —me preguntó en voz baja.
—Pues claro —respondí—. Claro que te quiero.
Me miró de frente apretando los labios con fuerza. Sostuvo la mirada tanto tiempo que empecé a sentirme incómodo.
—Yo también te quiero —dijo un poco después.
«Pero», pensé.
—Pero —siguió tal como yo había previsto—, no vayas tan deprisa".

"—Tengo miedo —dijo—. Últimamente, no sé por qué, me siento a veces como un caracol sin caparazón.
—Yo también tengo miedo. No sé por qué, pero a veces me siento como una rana sin membranas entre los dedos.
Alzó la vista y me miró. Esbozó una pequeña sonrisa".

"Ella apoyó la palma de la mano sobre mi corazón. Su tacto se fundió con mis latidos. «Es diferente de Shimamoto», pensé. «No me da lo que Shimamoto me daba. 
Pero es mía y quiere ofrecerme todo lo que puede. ¿Cómo podría hacerle daño?»
Entonces no lo sabía. No sabía que era capaz de herir a alguien tan hondamente que jamás se repusiera. A veces, hay personas que pueden herir a los demás por el mero hecho de existir".

"Izumi permaneció largo tiempo inmóvil con la cabeza reclinada sobre mi pecho como si estuviera escuchando los latidos de mi corazón. Le acaricié el pelo. Teníamos diecisiete años, estábamos sanos, a punto de convertirnos en personas adultas. Y eso era, sin duda, magnífico".

"La primera chica con la que me acosté era hija única.
No se trataba —tampoco en su caso puede decirse otra cosa— del tipo de mujer que los hombres se vuelven a mirar por la calle. Apenas llamaba la atención. A pesar de todo, desde la primera vez que la vi me sentí atraído hacia ella de una manera tan violenta que incluso yo mismo me asombré. Fue como si, de repente, me hubiera alcanzado un rayo invisible y mudo mientras andaba por la calle en  pleno día. Sin reservas ni condiciones. Sin causas ni explicaciones. No había ningún «pero», no había ningún «si»".

"A veces he ido andando por la calle con un amigo que de improviso comentaba: «¿Has visto? ¿Te has fijado en lo guapa que era esa chica?», pero yo, cosa extraña, no lograba recordar el rostro de esa «hermosa» mujer. Tampoco me han fascinado jamás las actrices guapas ni las modelos. No sé por qué, pero es así. Ni siquiera en la adolescencia, cuando la frontera entre el mundo real y el de los sueños es tan imprecisa y los anhelos exhiben su fuerza de una manera casi prodigiosa, jamás me gustaron las chicas guapas sólo por el hecho de serlo".

"Lo que me atraía no era la belleza externa cuantificable e impersonal, sino algo más absoluto que se hallaba en el interior. De la misma manera que hay quien ama secretamente los diluvios, los terremotos y los apagones, yo prefería ese algo recóndito que alguien del sexo opuesto emitía hacia mí. A ese algo voy a llamarlo aquí «magnetismo». Una fuerza que te atrae y te absorbe, te guste o no te guste, quieras o no".

"No íbamos nunca al cine, no salíamos nunca a pasear. Jamás hablábamos de nada. Ni de literatura ni de música ni de la vida ni de la guerra ni de la revolución. Sólo hacíamos el amor".

"Bastaba con que hubiera confesado al principio:
«Quiero acostarme con tu prima. Tengo ganas de hacer el amor con ella hasta que se me derritan los sesos. Hacerlo miles de veces, en todas las posturas imaginables. Pero eso no afecta en nada a nuestra relación, así que estate tranquila»".

"Cuanto más la veía, más me gustaba".

"—¿Por qué me miras tan fijamente? —me preguntaba.
—Porque eres bonita —respondía yo.
—Eres la primera persona que me lo dice.
—Es que soy el único que lo sabe".

"«Todo se va deprisa», pensé. Algunas cosas desaparecen de repente como si las hubieran cortado. Otras se van difuminando despacio antes de borrarse definitivamente.
«Y lo único que queda es el desierto»".

"Estaba exhausto. La lluvia empapaba muda los bloques de rascacielos que se erguían silenciosos como lápidas. Dejé el coche aparcado delante del bar y volví a casa andando. A medio camino, me senté en una valla y contemplé un gran cuervo que graznaba posado en un semáforo. A las cuatro de la mañana, la ciudad se veía miserable y sucia. La sombra de la putrefacción y la decadencia lo  cubría todo. Y yo era una parte integrante de ella. Como una sombra impresa en la pared".

"—(...) Al mudarnos, te envié una postal con mi nueva dirección. ¿No la recibiste?
Negué con la cabeza.
—De haberla recibido, te habría contestado. ¡Qué raro! Debía de haber algún error.
—O quizás es sólo que tenemos mala suerte —dijo Shimamoto—. No hay un error, sino montones. Nuestros caminos se han cruzado una vez tras otra sin que nos encontráramos".

"—Durante aquella época pensaba mucho en ti. Siempre pensaba lo maravilloso que sería verte y hablar contigo, aunque fuera sólo una hora.
Cuando se lo dije, sonrió.
—¿Pensabas mucho en mí?
—Sí.
—Yo también pensaba en ti —dijo Shimamoto—. Cada vez que sufría. Tú has sido el único amigo que he tenido en toda mi vida".

"—¿Podré volver a verte?
—Quizá —dijo. Y esbozó una sonrisa. Una sonrisa que parecía una pequeña columna de humo alzándose en silencio un día sin viento. Quizá".

"Cuando era pequeño, los días lluviosos solía quedarme inmóvil, sin mover un músculo, contemplando la lluvia. Al mirar la lluvia sin pensar en nada, tienes la sensación de que tu cuerpo se va soltando poco a poco y que te vas separando del mundo real. Quizá la lluvia tenga un poder hipnótico. Como mínimo, eso me parecía entonces".

"Me había dicho que yo era su único amigo. Me había dicho que era el único amigo que había tenido en su vida. Y, al oírlo, me había sentido feliz. 
Había creído que podríamos volver a ser amigos. Tenía tantas cosas que decirle. 
Quería pedirle su opinión acerca de todo. No importaba que no quisiera contarme nada sobre sí misma.
Me bastaba con verla y hablar con ella.
Pero no volvió".

"Ella no debería haber hablado de aquella forma. Hay palabras que quedan para siempre en el corazón de las personas".

"Es talento, sin más. Como en el arte. Existe una línea, hay quien puede cruzarla y hay quien no. Por eso, si encuentras a alguien con talento, trátalo bien para que no se vaya".

"—(...) Nadie se sumerge en ninguna aventura esperando resultados mediocres. La gente, pese a tener un chasco nueve de cada diez veces, desea tener al menos una experiencia suprema, aunque sólo sea una vez. Y eso es lo que mueve el mundo. Eso es el arte, supongo".

"—Muchas gracias por lo de hoy.
—¿Por lo de hoy?
—Por llevarme hasta allí. Por haberme hecho beber agua pasándola de tu boca a la mía. Por soportarme.
La miré. Sus labios estaban justo frente a mí. Los labios que había besado cuando le daba agua de mi boca. Aquellos labios me requerían de nuevo. Se entreabrían mostrando unos hermosos dientes blancos. Aún recordaba el tacto de la lengua suave que había rozado por un instante cuando le hacía beber agua. Al mirar aquellos labios, experimenté una terrible sensación de asfixia, me vi incapaz de pensar en nada. Sentí cómo me ardía el cuerpo. Pensé que ella me deseaba. Y que yo también la deseaba.
Pero me contuve. Tenía que detenerme en aquel punto. Si daba un paso más, ya no podría retroceder. Pero, para detenerme, me fue preciso un gran esfuerzo".

"—¿Puedo volver a verte? —me preguntó en voz baja antes de bajar del coche—. ¿Todavía no me odias?
—Te estaré esperando. Hasta pronto.
Mientras conducía por la avenida Aoyama, pensé que, si no volvía a verla, me volvería loco. En el instante en que ella bajó del coche, mi mundo perdió de golpe todo sentido".

"Le acaricié los hombros, el pelo, los pechos. Estaban húmedos, eran cálidos, suaves. Eran reales. Pude sentir la existencia de Yukiko a través de la palma de mi mano. Pero nadie podía decir hasta cuándo seguiría viviendo. Todo cuanto tiene forma puede desaparecer en un instante".

"—Mirando la fotografía, habría jurado que eras feliz —dije.
Shimamoto negó moviendo lentamente la cabeza. En el rabillo del ojo se le dibujaron unas encantadoras arrugas. Parecía estar recordando alguna escena lejana en el tiempo.
—¿Sabes, Hajime? —dijo—. A través de una fotografía no puedes comprender nada. No es más que una sombra. El verdadero yo está en otro sitio. 
Y eso no sale reflejado en la imagen".

"—Oye, Hajime —dijo—, es una lástima, pero hay cosas que no pueden volver atrás. Una vez has dado un paso hacia delante, por más que lo intentes, ya no puedes retroceder. Si se estropean, así se quedan para siempre".

"Recordé sus ojos cerrados, sus labios entreabiertos al suspirar. Su cuerpo suave y exhausto. Entonces ella me quería de verdad. Me había abierto su corazón. Pero yo me había detenido. Me había detenido en aquel mundo sin vida, desierto como la superficie de la luna. Poco después, Shimamoto se había ido y mi vida había vuelto a perderse".

"Desde la ventana, se veía el cementerio oscuro y, más abajo, en la carretera, los faros de los coches que pasaban. Con el vaso en la mano, me quedaba contemplando esta escena.
Las horas que iban de la medianoche al alba eran largas y duras. A veces pensaba que llorar me produciría alivio. Pero no sabía por qué llorar. No sabía por quién llorar. Era demasiado egoísta para llorar por los demás, demasiado viejo para llorar por mí".

"Aquellos niños me recordaron a mis hijas. Tenía muchas ganas de verlas. Me apetecía andar por la calle llevando una en cada brazo tal como solía hacer. Deseaba sentir el calor de sus cuerpos. Al pensar en ellas, me acordé de Shimamoto. Me acordé de sus labios entreabiertos. La imagen de Shimamoto era mucho más potente que la de mis hijas. Cuando empezaba a pensar en ella, me resultaba imposible pensar en nada más".

"—Pensaba que no volverías —dije.
—Cada vez que me ves dices lo mismo —me respondió ella riendo. Se sentó, como de costumbre, en un taburete a mi lado y posó ambas manos sobre la barra—. Te dejé un mensaje en el que te explicaba que, por una temporada, no podría venir.
—Por una temporada —repetí— son palabras cuya duración no puede medir la persona que espera".

"—Te quiero. Lo sé con certeza. El amor que siento por ti no lo puede sustituir nada en este mundo —dije—. Es algo muy especial, no quiero volver a  perderlo jamás. Has desaparecido algunas veces. Pero eso no puede volver a suceder. 
Nunca más. No debí dejar que pasara. Fue un error. No debí dejarte marchar. Lo he comprendido durante estos últimos meses. Te quiero de verdad y no puedo soportar una vida sin ti. No quiero que vuelvas a marcharte jamás".






Haruki Murakami

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